“¿Cuánto debemos
dejar ir?”, me preguntó una amiga un día.
“No estoy segura”,
le contesté, “pero tal vez todo”.
Dejar ir es un
proceso espiritual, emocional, mental y físico, y a veces un misterioso proceso
metafísico de soltarle a Dios y al universo aquello a lo que nos estamos
aferrando tanto.
Dejamos ir nuestro
agarrarnos de la gente, de los resultados, de las ideas, sentimientos, deseos,
necesidades, de todo. Dejemos ir nuestro tratar de controlar nuestro progreso
en la recuperación. Sí, es importante reconocer y aceptar lo que queremos y lo
que queremos que suceda. Pero es igualmente importante que a continuación lo
dejemos ir.
Dejar ir es la parte de acción de la fe. Es una conducta que le da permiso a Dios y al universo de enviarnos lo que nos toca tener.
Deja ir significa
que reconozcamos que aferrarnos con tantas fuerzas no nos está ayudando a
resolver el problema, a cambiar a la persona o a obtener el resultado que
deseamos. No nos está ayudando a nosotros. De hecho, aprendemos que el
aferrarnos a veces nos impide obtener lo que queremos y necesitamos. ¿Quiénes
somos nosotros para decir que las cosas no están ocurriendo exactamente como
necesitan suceder?
Hay magia en el dejar ir. A veces obtenemos lo que queremos poco después de que lo hemos dejado ir. A veces lleva más tiempo. A veces el resultado específico que deseamos no ocurre. A veces sucede algo mejor.Dejar ir nos libera y nos conecta con nuestra Fuente. Dejar ir crea el ambiente óptimo para los mejores resultados y soluciones posibles.
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