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Robin Norwood escribió "Las mujeres que aman demasiado" y muchas de nosotras le debemos la vida.

19.11.13

19 de noviembre. Cada día un nuevo comienzo

La experiencia es una buena maestra, pero cobra unas facturas increíbles.
Minna Antrim
 
 El hecho de que las penas que experimentamos en nuestra vida estén equilibradas por cantidades equivalentes de alegría no es fortuito, sino intencional. Una compensa a la otra. Y la combinación de ambas nos fortalece.
Nuestro anhelo por experimentar sólo las alegrías de la vida es algo humano, e ilusorio. Si la alegría fuese cosa de todos los días, se volverían insípidas. Los instantes alegres nos sirven de respiro en las situaciones de prueba que impulsan nuestro crecimiento y nuestro desarrollo como mujeres.
La alegría lima las asperezas de las lecciones que buscamos o que nos acorralan. Y nos permite apreciar las cosas en su justa medida cuando el panorama es sombrío. Y para aquellas de nosotras que estamos recuperándonos, el hecho de empantanarnos en los tiempos más sombríos solía ser una conducta aceptable. Pero ya no lo es. La realidad es que cada día nos presentará ocasiones de angustia y otras que nos invitarán a sentirnos alegres. Ambas son valiosas. Ninguna de ellas debe ser la dominante.
La alegría y la pena son análogas al flujo y reflujo del océano. Ambos son ritmos naturales y su presencia nos hace madurar si la aceptamos como partes necesarias de nuestra existencia.
 
Cualquier dolor que hoy experimente me garantiza una cantidad igual de placer, si acepto de buena gana ambos elementos

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