La ira reprimida
envenena una relación tanto como las palabras más crueles.
Joyce Brothers
Todos conocemos la
ira. La sentimos en los demás y hacia los demás. Pero generalmente no sabemos
expresarla ni aceptarla. Cuando éramos niñas, a la mayoría de nosotras se nos
dijo que no debíamos enojarnos, pero lo hacíamos. Y seguimos haciéndolo. En lo
referente a este tipo de sentimientos seguimos sintiéndonos como niñas
pequeñas.
Tenemos que aceptar
nuestra ira y debemos aprender a expresarla de manera sincera y abierta, pero
no agresiva. No podemos darnos el lujo de aferrarnos a la ira, pues entonces
ésta crece y termina por estallar. Pronto interfiere con todas la relaciones y
sirve de pretexto al viejo patrón autodestructivo que no deseamos conservar ni
un momento más.
Nada de lo que
iniciemos hoy saldrá bien si lo hacemos con ira. Nuestra actitud emocional
determina la forma en que interpretamos la vida, la manera en que tratamos a
nuestros amigos y lo que hacemos con nuestras oportunidades y nuestros retos.
La ira reprimida siempre bloquea nuestro camino hacia una actitud positiva.
Cualquier experiencia me elevará espiritualmente, si la ira no me
oprime.
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