En
una cultura en la que la aprobación y la desaprobación se han convertido en los
reguladores predominantes del esfuerzo y, con frecuencia, en sustitutos del
amor, nuestras libertades personales se disipan.
Viola Spolin
Desear que los demás aprueben nuestros
esfuerzos, nuestra apariencia, nuestras aspiraciones y nuestra conducta es algo
perfectamente normal y, ciertamente, nos es enfermizo. Sin embargo, necesitar
esa aprobación para proseguir con nuestra vida sí lo es.
En
nuestra infancia se nos enseñó a obedecer y complacer a los demás. Confundimos
el amor con la aprobación y comenzamos a marchar al ritmo de otra persona.
Entonces obtuvimos aún más aprobación. Pero pronto dejamos de llevar el paso
con nosotras mismas; descuidamos nuestras necesidades personales y nos
convertimos en marionetas.
Entregar
nuestro poder al capricho de los demás debilita nuestro Espíritu. La libertad
personal significa elegir nuestra propia conducta, actuar en lugar de
reaccionar. También significa permitirnos toda la aventura de vivir, de encarar
plenamente cada momento, de responder de una forma pura, espontánea y
personalmente honesta. Sólo entonces podremos dar a la vida lo que nos
corresponde.
Cada
una de nosotras desempeña un papel único en el drama de la vida. Tenemos que
depender de nuestro poder superior, no de aquellos cuya aprobación creemos
necesitar. Cuando buscamos orientación en nuestro interior, obtenemos toda la
aprobación que podamos desear.
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