Le pedimos humildemente que nos liberase de nuestros defectos.
La naturaleza de la humildad, virtud que en el pasado nos parecía tan difícil de adquirir, tan complicada, o tan poco apetecible, ahora era evidente. Por habernos visto forzadas a digerir verdades desagradables, ya no la confundíamos con la humillación. Nos habíamos dado cuenta de que la lucha con nuestros defectos y conflictos subyacentes era el crisol en el cual se seguía forjando nuestra relación con Dios. Mucho de lo que nos creíamos que éramos y de lo que considerábamos imprescindible para vivir, iba desapareciendo. A medida que veíamos esto con mayor claridad, nuestras actitudes experimentaban un profundo cambio. Sentíamos un deseo profundo de experimentar la voluntad divina por sí misma en todas las áreas de nuestra vida, en vez de los pobres objetivos que nosotras mismas definíamos. Nos convertíamos en instrumentos más idóneos para llevar a cabo el propósito divino. La plenitud de nuestras vidas era directamente proporcional a nuestra disposición a seguir la voluntad de Dios para con nosotras.
Aunque habíamos recorrido un largo camino en nuestra recuperación, todavía éramos incapaces de remodelar nuestras vidas de un modo positivo y coherente sólo con la fuerza de voluntad. El resultado de esta autoevaluación era aceptar las verdades dolorosas, si no de buena gana, al menos sin resistencia. Esta aceptación de la realidad y el deseo de permitir a un poder exterior a nosotras que continuara haciendo lo que no podíamos hacer por nosotras mismas, era humildad.
Al continuar pidiéndole a Dios diariamente que eliminara los defectos que eran demasiado evidentes en cada área de nuestra vida, comenzamos a ejercitar músculos espirituales que estaban muy flojos. Era más fácil aceptar la ayuda divina en los defectos que ya nos habían ocasionado disgustos graves. Era mucho más difícil superar los patrones que todavía nos proporcionaban satisfacciones inmediatas, aunque a la larga fuera a costa de nuestra paz de espíritu.
A medida que íbamos percibiendo mejor estas realidades, a veces llegamos a resentirnos con Dios. Después de todo, habíamos conseguido lo que anteriormente nos parecía imposible: la liberación de las conductas que constituían la base de nuestra adicción al sexo y al amor; pero a pesar de nuestros éxitos, los conflictos que persistían en nosotras y nuestras debilidades nos seguían creando dificultades. Sin embargo, aún en el caso en el que guardáramos rencor a Dios, nos dimos cuenta de que este poder era la única fuerza con la que podíamos contar. Incluso sumidos en un desánimo, en una desilusión y en un pesimismo profundos, sabíamos que no existía otra alternativa a nuestro alcance que nos ofreciera mejores posibilidades de triunfo. No importa cuántas veces fracasáramos cada día en nuestra intención de no ceder ante un defecto particular, no teníamos otra opción sino la de avanzar. Nos gustara o no, pertenecíamos a Dios por eliminación.
Con el tiempo, comenzamos a comprender mejor nuestras dificultades. Habíamos esperado a que dios “eliminara” nuestros defectos como por arte de magia, para así no tener que enfrentarnos a ellos. Habíamos pensado que se trataba de defectos superficiales, fácil y cómodamente corregibles. Ahora comenzamos a darnos cuenta de que Dios se inhibía intencionalmente. En vez de solucionar nuestras dificultades con un mínimo de esfuerzo por nuestra parte, nuestro Poder Superior nos exigía una participación activa.
Dios, al parecer, no tenía interés en relacionarse con nosotras como lo hace un padre con un niño o una niña indefensos que no paran de meterse en líos. Dios quiere que trabajemos en equipo. Quizás necesitáramos desarrollar nuestras capacidades humanas al máximo incluyendo la comunicación y la cooperación, en vez de refugiarnos pasivamente en Dios como si se tratase de un guardián-protector, de un dictador omnipotente y castigador. Esta comunicación, nueva y abierta que manteníamos con Dios sobre nuestros defectos, no era ni la clase de regateo hipócrita ni las súplicas y exigencias desesperadas a las que éramos tan proclives durante la fase activa de la adicción. Dios no nos debía nada y no iba a recibir instrucciones nuestras sobre lo que necesitábamos.
Esta nueva colaboración con Dios, en la que recibíamos sus instrucciones sobre qué parte de nuestro ser espiritual necesitábamos ejercitar, produjo resultados asombrosos. Quizá le hubiéramos pedido que nos eliminara el defecto de la impaciencia, y resultaba que en realidad no era la paciencia en lo que nos teníamos que adiestrar, sino reconocer lo obstinadas y egocéntricas que éramos. A medida que éramos más consideradas con los demás, y dábamos sin esperar nada a cambio, la impaciencia desaparecía. El mal genio que le habíamos pedido a Dios que nos eliminara había desaparecido momentáneamente; podíamos percibir de repente el miedo defensivo que se ocultaba detrás de la ira y encontrábamos el valor necesario para actuar bajo los dictados de la fe en vez de bajo los del miedo. Le pedimos que hiciera que desapareciera nuestra ansia vehemente por una persona o por un lugar de "cacería", y descubrimos que teníamos otras opciones. Cuando decidimos libremente evitar esos lugares y esas personas, la ansiedad disminuyó. Los sentimientos de inferioridad e inseguridad, que le habíamos pedido a Dios que reemplazara por los de confianza, los reconocíamos abiertamente, y a medida que admitíamos ayuda o que escuchábamos confesiones de inseguridad semejantes de otros nos sentimos aliviados.
Incluso los fracasos en nuestros intentos evidentes de modificar algunos defectos problemáticos nos podían beneficiar espiritualmente. Por ejemplo, dos defectos dominantes en muchas de nosotras eran el perfeccionismo y el orgullo. Incluso mientras que fracasábamos en los intentos de corregir nuestro egoísmo miope y de nuestra dilación crónica -éramos imperfectas- ¡vimos que estábamos aprendiendo a aceptar el progreso en lugar de luchar por conseguir la perfección!. Si no podíamos enorgullecernos siempre de los resultados de nuestros esfuerzos de cambio, al menos habíamos aprendimos a respetarnos y a valorarnos a nosotras mismas por dichos esfuerzos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenida a tu casa, comenta lo que quieras