Nuestro compromiso con la recuperación nos había llevado más allá del interés personal por sobrevivir. Queríamos ser consecuentes con el humilde conocimiento del sufrimiento que otros habían experimentado en nuestras manos, y reparar el daño que les habíamos causado.
9º.-Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño que les habíamos causado, salvo en aquellos casos en que el hacerlo les perjudicara a ellos mismos o a otros.
La materialización práctica de nuestra disposición a reparar los daños causados, como en otros pasos de nuestra recuperación en los que la acción era necesaria, encerraba algunos peligros intrínsecos. En lo que se refiere a la enmienda de los daños, nuestra experiencia nos dice que hemos de actuar con mucha precaución.
Cuando éramos nuevas en AASA y oíamos por primera vez hablar de los pasos, algunas, dominadas por la ansiedad, sentíamos deseos de lanzarnos a reparar los daños inmediatamente, especialmente a nuestros amantes adictivos previos. Nos imaginábamos a nosotras mismas golpeándonos el pecho, haciendo confesiones dramáticas y expresando nuestro profundo remordimiento, en busca tanto del alivio del dolor causado por nuestras culpas, como de la posibilidad de un borrón y cuenta nueva.
Estos deseos de erradicar ese confuso sentimiento de que nos faltaba algo, tan común en nuestras relaciones adictivas, sin embargo, sólo podían desembocar en el sometimiento al poder de nuestra adicción de nuevo. Desde luego, al comienzo de nuestra sobriedad, a menudo era necesario dar algunas relaciones por concluidas, o clarificar otras situaciones en las que otros estaban implicados. En casos como este lo más prudente era enviar una simple carta a estas personas. Sin embargo, a esas confusas sensaciones de que "nos faltaba algo", que formaban tan a menudo parte de las secuelas de una relación adictiva, nos teníamos que enfrentar en el nuevo contexto de la abstinencia, y no eludirlas a través de un uso inapropiado de este paso.
La enmienda de los daños ocasionados por nosotras, tal como lo experimentamos en el paso noveno, era muy diferente al deseo que habíamos tenido al llegar a AASA, de salvar las relaciones deterioradas. La base adquirida en los ocho pasos previos era vital para garantizar la posibilidad, siempre que nuestra actitud espiritual fuera la adecuada, de reparar los daños que habíamos causado. Si no habíamos todavía puesto nuestras vidas y nuestra voluntad en manos de un Poder Superior y distinto a nosotras, trabajado diligentemente nuestros inventarios personales y permitido a Dios que colaborara con nosotras en la eliminación de nuestros defectos, entonces no estábamos en condiciones de distinguir la compasión de la pasión. Si ese era el caso, lo mejor que podíamos hacer era mantenernos alejadas de aquellos que formaban parte de nuestro pasado adictivo.
En el paso octavo habíamos examinado todas nuestras relaciones y, sin tener en cuenta los daños que nos hubieran causado, nos habíamos concentrado en los que nosotras habíamos ocasionado a los demás. En algunos casos no era difícil ver cómo deberíamos proceder para reparar los daños. Podíamos quemar las cartas de nuestros ex-amantes que pudieran ser usadas como chantaje, devolverles sus objetos familiares y sus posesiones. Podíamos escribir cartas a los que habíamos dejado "cautivos", con la incertidumbre de si la relación sentimental se iba a reanudar y de cuándo. A veces, antes de enviarlas, las revisábamos con una comapñera del grupo. Esto nos ayudaba a eliminar tanto las insinuaciones, fueran sutiles o evidentes, como los reproches. Sin la dirección del remitente, estas cartas podían servir para liberar a otros, de una vez por todas, de la incertidumbre y de las expectativas.
Sin embargo, las enmiendas más importantes eran las que necesitábamos hacer en persona, y exigían una dosis considerable de valor y de humildad y una preparación adecuada. Era importante tener en cuenta tanto el efecto que pudieran producir, como los daños que las habían hecho necesarias. Especialmente en estos casos descubrimos que era conveniente consultar a otros miembros sobrios de AASA para determinar el momento y el tipo de enmiendas que debíamos hacer y en qué condiciones. Más de una acudió con la mejor de las intenciones, para encontrarse en situaciones de seductora soledad, de nuevo bajo los insinuaciones de una persona que parecía decidida a malentender nuestro propósito. Nació en nosotras la esperanza de que en la reparación de los daños, así como en todas las áreas de nuestra vida, Dios nos concedería la disposición de ánimo y la intuición necesaria para saber qué lugares y qué palabras serían los más adecuados para nuestro propósito. Pero también era cierto que, en estos asuntos, Dios a menudo se dirigía a nosotras con más claridad a través de los miembros veteranos de AASA.
Ahora comprendíamos que los dictados de nuestra conciencia y la experiencia de otras nos ayudarían a encontrar las circunstancias apropiadas para dar este paso. Pero estaba claro que se precisaba algo más que buenas palabras o elocuentes disculpas. Al mirar a lo que habíamos hecho, estaba claro que muchas de estas personas que figuraban en nuestra lista habían continuado viviendo una realidad permanentemente tergiversada como consecuencia de sus contactos con nosotras cuando éramos personas enfermas en acción.
El paso noveno habría así de proporcionarles la información necesaria para clarificar las cosas. La admisión total de nuestra responsabilidad en estas relaciones destructivas, y la sinceridad en lo que se refiere a la vida que habíamos llevado como adictas al sexo y al amor, podía absolverlos de muchas de las culpas que habían asumido como propias. Quizá también pudiéramos proporcionarles la información suficiente para que, con una visión más objetiva, se liberaran de la pesada carga de los sentimientos que arrastraban como consecuencia de las relaciones que en el pasado habían mantenido con nosotras.
Nos dimos cuenta de que eran ellos los que tenían que sacar sus propias conclusiones con la información que les proporcionáramos. Todo lo que podíamos hacer era ayudarles clarificando las cosas, admitiendo nuestras faltas y errores a la luz de la enfermedad de nuestra adicción. Obviamente, teníamos que reflexionar muy cuidadosamente en qué medida estaba justificada nuestra reaparición en las vidas de otras personas tras lo que había sido a veces una prolongada ausencia. Con la misma precaución teníamos que sopesar qué era lo que revelaríamos. Tampoco podíamos poner a otros en peligro suministrándoles información que pudiera comprometer su paz de espíritu o su situación actual.
Nuestra mejoría no se podía fundar en nuevos daños causados a otros. Teníamos que tener presente que una cosa es ser sincero con alguien y otra muy distinta machacarlo. Si la culpa todavía nos atormentaba, o nos quedaba algún asunto pendiente y no podíamos hacer nada por solucionarlo, ya que existía la posibilidad de herir a otra persona, teníamos que aprender a aceptarlo. Lo único que podíamos hacer para aliviarnos era hablar de este problema con otras compañeras. A veces estas situaciones en las que no se podían reparar los daños tenían sus aspectos beneficiosos, ya que contribuían a mantenernos humildes. Nos resultaría más difícil mantener actitudes condescendientes hacia otros, dentro y fuera de AASA, basándonos en lo intachable que era nuestra vida y en lo tranquila que teníamos la conciencia, si sabíamos que en la parte más oscura de nuestro pasado existían daños que nunca podríamos reparar. En ciertos aspectos tendríamos que resignarnos a permanecer "blancos como el carbón" para siempre.
El temor que teníamos a que ciertas personas nos pudieran herir subsistió durante cierto tiempo. Aunque nos sentíamos dispuestas a liberarnos del dolor que nuestras relaciones pasadas nos habían ocasionado, en la práctica tuvimos que volver a menudo a los pasos anteriores una y otra vez. No íbamos a conseguir la libertad o la dignidad si tratábamos de reparar el daño causado a una persona concreta sin estar de verdad preparadas para ello.
Descubrimos que la oración era una parte vital del proceso, especialmente al abordar la relaciones que habían sido parte de nuestras vidas durante la adicción y que continuaban en la etapa de sobriedad. Pedimos a diario ayuda a Dios para que nos iluminara y nos mostrara qué podíamos aportar a cada relación de acuerdo con Su voluntad.
Rezamos pidiendo que nos liberara de la esclavitud del ego, para que pudiéramos con sinceridad y sin reservas hacer lo que estuviera en nuestra mano para liberar a cada persona que había pasado por nuestras vidas del dolor que les hubiéramos causado y del efecto de nuestros engaños. Tratamos ante todo de ser escrupulosas a la hora de examinarnos a nosotras mismas, y a la vez, evitábamos infligir nuevos daños a los demás.
Al trabajar el paso noveno lo mejor que podíamos, terminamos la limpieza de nuestro pasado de acuerdo con el nivel de comprensión que poseíamos en ese momento. Nuestro trabajo no podía ser perfecto y nadie podía esperar eso de nosotras. A medida que se prolongara nuestra sobriedad y que nuestra conciencia se profundizara, descubriríamos periódicamente más cosas, y daríamos con nuevas o mejores formas de realizar las enmiendas. Al recorrer los primeros nueve pasos, renunciamos a la ilusión de que teníamos poder sobre nuestra adicción al sexo y al amor, adquirimos al menos los rudimentos de la fe, decidimos vivir día a día, en jornadas de veinticuatro horas, apoyándonos en la fe, nos exploramos a nosotras mismas y le contamos a otra persona todo lo que habíamos descubierto. Fuimos lo más sinceras que pudimos en el reconocimiento de nuestros defectos, permitimos a Dios que los eliminara y reparamos los daños que habíamos causado a nuestras víctimas.
No podíamos precipitar el proceso, porque descubrimos que en ningún momento podíamos ser más sinceras que lo que nuestro desarrollo espiritual nos permitía. Nuestros deseos superaban nuestra capacidad.
A la hora de curarnos a nosotras mismas, el esfuerzo de nuestra voluntad por acelerar nuestra recuperación a veces nos ponía en un doloroso contacto con nuestras limitaciones, y esto en sí mismo era parte de nuestra recuperación y desarrollo. Por mucho que zigzagueáramos, si no nos dejábamos arrastrar por las conductas adictivas, todavía nos encontrábamos en la senda de nuestra recuperación.
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