Habíamos buscado una relación profunda con Dios, y habíamos tratado de conocer el propósito de Dios para con nosotras. Al tratar de vivir de forma sincera y con integridad, y al tratar de servir a los demás, habíamos descubierto que la fuente del amor, que era Dios, había comenzado a fluir en nuestro interior. Nuestras experiencias nos habían conducido al paso duodécimo.
DUODÉCIMO PASO. Habiendo experimentado un despertar espiritual como resultado de estos pasos, tratamos de transmitir este mensaje a los adictos al sexo y al amor y de practicar estos principios en todos nuestros actos.
Mientras leíamos de nuevo este paso, nos percatábamos de la sabiduría que encerraba, una sabiduría que procedía de la experiencia: la efectividad en nuestros esfuerzos por ayudar a otros, sería directamente proporcional al nivel de "despertar espiritual" que precedía a dichos esfuerzos. El despertar espiritual era en sí mismo el resultado de haber tocado fondo y admitido la derrota, de haber adquirido la fe, de haber realizado un examen de nuestro pasado y de nuestro carácter, de haber establecido una relación con Dios cada vez más profunda, de haber aceptado responsabilidades por el efecto que nuestra adicción al sexo y al amor había tenido en otros, de habernos dado cuenta de los problemas que teníamos y de habernos decidido a solucionarlos de forma constructiva, de haber enmendado los daños ocasionados, y de haber penetrado en el mundo de lo espiritual a través de la oración y de la meditación regulares para así comulgar, cada vez más estrechamente, con la fuente de nuestra iluminación y de nuestra gracia.
Descubrimos que podíamos consolidar nuestra recuperación trabajando con otros adictos al sexo y al amor. Ya libres de culpabilidad, nuestras experiencias adictivas se habían transformado en lecciones de cómo vivir duraderas y de una gran profundidad. Transmitimos nuestras experiencias a otros abiertamente y sin reparos, estableciendo un vínculo curativo a través de ese lenguaje del corazón que podía ayudarles a reconocer sus propios problemas y a vislumbrar la fuente de su propia curación. No existía experiencia vital que tuviera más significado que la de convertirnos en canales a través de los cuales la gracia redentora y la curación pudieran fluir.
La paradoja era que nuestra utilidad como instrumentos de curación era resultado directo tanto de nuestras experiencias durante la enfermedad, como de aquellas que habíamos tenido durante la recuperación.
Descubrimos que teníamos que continuar poniendo en práctica los principios que habíamos adquirido en nuestra recuperación en AASA en todas las áreas de nuestras vidas. Habíamos aprendido a esforzarnos por adquirir un elevado grado de sinceridad, transparencia, comunicación, y responsabilidad y a valorar los objetivos vitales y la identidad que estos principios nos proporcionaban.
Descubrimos que podíamos prescindir de las situaciones personales o profesionales en las que no pudiéramos desarrollar estos valores. Estos valores no eran meros "adornos" cara a la galería. Las carreras explotadas fundamentalmente en búsqueda de seguridad material a costa de nuestra realización personal habían dejado de atraernos: o cambiábamos de actitud o renunciábamos a las mismas.
En nuestras relaciones con los demás renunciamos a la consecución egoísta de poder y de prestigio como motivaciones en nuestro obrar. Esto nos llevó a descubrir qué es lo que hace a las relaciones valiosas entre la gente, sean profesionales, personales, o sociales. Descubrimos que en nuestras relaciones con los demás sólo podíamos ganar en la medida en la que dábamos.
En las relaciones domésticas descubrimos una dimensión no adictiva de la sexualidad. Descubrimos que la sexualidad no tenía valor por sí misma, sino como producto de la comunicación y de la colaboración. Durante el tiempo en el que practicábamos nuestra adicción, nuestras estrategias sexuales, románticas o de dependencia emocional nos habían obligado a renunciar a casi todo lo que considerábamos parte integrante de nuestra identidad. Ahora, sin embargo, en plena posesión de nuestro concepto de la dignidad personal, y viviendo la experiencia del aprendizaje de una relación de intimidad con otro, descubrimos que no necesitamos apoyarnos sólo en la vertiente sexual para adquirir seguridad e identidad. Nuestra creciente capacidad de confiar, comunicarnos y vivir de forma transparente en una relación de pareja nos estaba ayudando a adquirirlas.
Liberados de esta servidumbre, nuestra sexualidad se transformaba en un barómetro-una expresión de lo que ya existía en el seno de la pareja. No podía ser ni más ni menos que esto. El descubrimiento de una nueva libertad y gozo al experimentar la sexualidad, sin embargo, era un potencial que se convertía en realidad de forma muy gradual. Habíamos mantenido tantas ilusiones sobre la relación que existía entre sexo y "amor", que tuvo que transcurrir mucho tiempo de sobriedad antes de que dichas ilusiones cedieran ante la realidad y se ajustaran a ella. Era difícil adquirir nuevas perspectivas en lo que se refiere a la confianza, el sexo y la intimidad. Descubrimos que la verdadera intimidad no puede existir si no hay un compromiso de por medio.
A medida que se prolonga la experiencia de nuestra recuperación en AASA, que nos hallamos inmersas en la gran aventura del descubrimiento de la auténtica libertad del espíritu humano, hemos recibido, y continuamos recibiendo, muchas bendiciones que ni siquiera hubiéramos sido capaces de imaginar. La vida no tiene límites y es maravillosa.
Nuevos episodios de bienestar nos esperan.
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